Sueño (195) perteneciente a la saga Sueños (Tomo II) de José Martín Molina
(195) Altercado con un tipo muy peligroso en el Metro de Madrid
► ver más información sobre el libro Sueños (Tomo I)
► adquirir el libro en España y Europa
► adquirir el libro en Argentina
► adquirir el libro en México
► adquirir el libro en Colombia
► comprar eBook en Amazon
(195) Altercado con un tipo muy peligroso en el Metro de Madrid
Recorriendo los pasillos, túneles y escaleras mecánicas del Metro de Madrid, entre una poblada amalgama de innumerables viajeros. Voy camino del andén que comunica Ópera con Príncipe Pío. Entre los pasadizos y las enlazadas escaleras mecánicas comienza a sonar una música celestial, una voz femenina cristalina y envolvente resuena con proyección omnipresente, muy similar al jazz vocal.
Bajando el penúltimo tramo de escaleras con prisa, tanto yo como todos los muchos que me rodean, casi corremos para alcanzar el tren. Un tipo se pega a mis talones, contactando con mi piel, casi adherido como una lapa. El caso es que dicho tipo va más rápido que yo, empujándome constantemente. Con lo que estoy a punto de perder el equilibrio y darme un monumental morrazo. En el descansillo me giro y le increpo desabridamente. El gañán se defiende, muy agresivo y se lía a amenazarme. Tenemos un altercado de cojones, ante el asombro de los circundantes. Veo que este tío es un tozudo y que la bronca no lleva a nada bueno, así que me escabullo por el tramo de escaleras que arranca a la derecha del descansillo, mientras que él termina cogiendo el tramo izquierdo.
A toda prisa, para despistar al tiparraco, ya que no quiero más problemas, me meteré en el vagón más alejado del tren varado, que cerrará sus puertas y nos conducirá a través de las oquedades. Es curioso, los asientos del vagón son del tipo sofás con chaise longue, mullidos y bien cómodos. Haré el trayecto, de una sola y larga estación, hasta Principe Pío, hablando muy cordialmente con una afable y noble anciana. Un encanto de mujer. Charlamos sobre la música maravillosa que oímos antes. Y le cuento algunas circunstancias de mi vida.
Arribamos a nuestro destino. Salgo del tren. Debo de ser de los últimos en salir porque el andén y los pasillos adyacentes están completamente vacíos. Giro por una esquina, dispuesto a subir unos diez o doce peldaños, cuando veo que arriba me aguarda el tipejo anterior, con el que tuve el desafortunado encontronazo. Lleva en sus manos una larga vara de hierro de más de dos metros de longitud, preparado, retante y violento, para deslomarme vivo. Imposible atenerse a razones con él, así que empiezo a gritar "¡Policía, policía!". En apenas un par de segundos surgen un par de guardas de seguridad que atenazan al hombre -que ahora se ha convertido en un jovencito malencarado- y se lo van llevando, dejándome la vía libre. Al indicarles que necesito protección, nadie me hace caso y me dejan solo.
Ascendiendo por los últimos escalones de la boca de metro, hacia el exterior, veo que arriba, me esperan Javier Albero y otro colega. También está acechando mi salida, al otro lado del muro que circunda la boca de metro, de nuevo el chaval peligroso, amenzante y endiablado, liberado de los seguratas que le redujeron. Ahora me arroja una pistola, una con forma típica de Colt, que parece de juguete. Me fijo en que él lleva una pistola recortada en la mano. No puedo creerlo, este tío pretende que nos batamos en duelo, a balazos. Le arrojo el arma que me ha lanzado, devolviéndosela. A base de argumentos míos y de mis colegas, el mocoso conflictivo se va aplacando. Se me ocurre una idea. Le propondré que si cambiamos el enfrentamiento con armas de fuego por una cañita en el bar de enfrente. Hay suerte, accede.
Nos encaminamos al bar, mientras Albero y mi otro amigo se dirigen a las paradas de los autobuses que llevan a Alcorcón. Ya es de noche. Veo que llega mi autobús. Pienso en que podría escaquearme de tomarme una cerveza con este loco muchacho y coger ese último bus, pero en un santiamén, cuando vuelvo a mirar, resulta que el vehículo ya ha desaparecido, llevándose con él a mis dos colegas.
Ya en la tasca, brindo con el combativo chico. Nos han servido la cerveza en una pequeña y acampanada copa de cognac. Al ir a dar el primer sorbo, le insto a que nos la bebamos de un trago, y eso hacemos, lentamente. Él, calmado y amistoso, me explica el por qué de su actitud. Aduce que yo me comporté de un modo muy ofensivo e insultante y que él pertenece a un clan en el que los agravios se pagan caros, incluso con la muerte. Aunque no creo yo que mi conducta durante la disputa fuera para tanto, ni lo más mínimo, lo dejo correr y no le contradigo. A nuestro lado, uno de sus jovenzuelos compinches saca una lista, emborronada en una hojita arrugada y cuadrada. Hay varios nombres inscritos en esa lista. Esos nombres son gente que tienen que liquidar. Con un bolígrafo tachan mi nombre. Dejo de ser un objetivo criminal para ellos, ahora soy un intocable, un colega.
Bajando el penúltimo tramo de escaleras con prisa, tanto yo como todos los muchos que me rodean, casi corremos para alcanzar el tren. Un tipo se pega a mis talones, contactando con mi piel, casi adherido como una lapa. El caso es que dicho tipo va más rápido que yo, empujándome constantemente. Con lo que estoy a punto de perder el equilibrio y darme un monumental morrazo. En el descansillo me giro y le increpo desabridamente. El gañán se defiende, muy agresivo y se lía a amenazarme. Tenemos un altercado de cojones, ante el asombro de los circundantes. Veo que este tío es un tozudo y que la bronca no lleva a nada bueno, así que me escabullo por el tramo de escaleras que arranca a la derecha del descansillo, mientras que él termina cogiendo el tramo izquierdo.
A toda prisa, para despistar al tiparraco, ya que no quiero más problemas, me meteré en el vagón más alejado del tren varado, que cerrará sus puertas y nos conducirá a través de las oquedades. Es curioso, los asientos del vagón son del tipo sofás con chaise longue, mullidos y bien cómodos. Haré el trayecto, de una sola y larga estación, hasta Principe Pío, hablando muy cordialmente con una afable y noble anciana. Un encanto de mujer. Charlamos sobre la música maravillosa que oímos antes. Y le cuento algunas circunstancias de mi vida.
Arribamos a nuestro destino. Salgo del tren. Debo de ser de los últimos en salir porque el andén y los pasillos adyacentes están completamente vacíos. Giro por una esquina, dispuesto a subir unos diez o doce peldaños, cuando veo que arriba me aguarda el tipejo anterior, con el que tuve el desafortunado encontronazo. Lleva en sus manos una larga vara de hierro de más de dos metros de longitud, preparado, retante y violento, para deslomarme vivo. Imposible atenerse a razones con él, así que empiezo a gritar "¡Policía, policía!". En apenas un par de segundos surgen un par de guardas de seguridad que atenazan al hombre -que ahora se ha convertido en un jovencito malencarado- y se lo van llevando, dejándome la vía libre. Al indicarles que necesito protección, nadie me hace caso y me dejan solo.
Ascendiendo por los últimos escalones de la boca de metro, hacia el exterior, veo que arriba, me esperan Javier Albero y otro colega. También está acechando mi salida, al otro lado del muro que circunda la boca de metro, de nuevo el chaval peligroso, amenzante y endiablado, liberado de los seguratas que le redujeron. Ahora me arroja una pistola, una con forma típica de Colt, que parece de juguete. Me fijo en que él lleva una pistola recortada en la mano. No puedo creerlo, este tío pretende que nos batamos en duelo, a balazos. Le arrojo el arma que me ha lanzado, devolviéndosela. A base de argumentos míos y de mis colegas, el mocoso conflictivo se va aplacando. Se me ocurre una idea. Le propondré que si cambiamos el enfrentamiento con armas de fuego por una cañita en el bar de enfrente. Hay suerte, accede.
Nos encaminamos al bar, mientras Albero y mi otro amigo se dirigen a las paradas de los autobuses que llevan a Alcorcón. Ya es de noche. Veo que llega mi autobús. Pienso en que podría escaquearme de tomarme una cerveza con este loco muchacho y coger ese último bus, pero en un santiamén, cuando vuelvo a mirar, resulta que el vehículo ya ha desaparecido, llevándose con él a mis dos colegas.
Ya en la tasca, brindo con el combativo chico. Nos han servido la cerveza en una pequeña y acampanada copa de cognac. Al ir a dar el primer sorbo, le insto a que nos la bebamos de un trago, y eso hacemos, lentamente. Él, calmado y amistoso, me explica el por qué de su actitud. Aduce que yo me comporté de un modo muy ofensivo e insultante y que él pertenece a un clan en el que los agravios se pagan caros, incluso con la muerte. Aunque no creo yo que mi conducta durante la disputa fuera para tanto, ni lo más mínimo, lo dejo correr y no le contradigo. A nuestro lado, uno de sus jovenzuelos compinches saca una lista, emborronada en una hojita arrugada y cuadrada. Hay varios nombres inscritos en esa lista. Esos nombres son gente que tienen que liquidar. Con un bolígrafo tachan mi nombre. Dejo de ser un objetivo criminal para ellos, ahora soy un intocable, un colega.
Narración perteneciente a la saga de relatos "Sueños" (Tomo II) del escritor José Martín Molina. Ahora disponible el primer tomo, tanto en formato libro como en formato eBook.
► ver más información sobre el libro Sueños (Tomo I)
► adquirir el libro en España y Europa
► adquirir el libro en Argentina
► adquirir el libro en México
► adquirir el libro en Colombia
► comprar eBook en Amazon
Estás viendo el blog personal del escritor y diseñador José Martín Molina (Pepeworks). Puedes saber más sobre sus creaciones en sus sitios web:
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com . Se agradece la visita!
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com . Se agradece la visita!
Vaya manera de entablar conversación y hacer amigos!
ResponderEliminarBesos, Ester
Ya ves! Es una manera de "arreglar" los sueños. Cuando me veo en aprietos, suele suceder que de una forma u otra, busco una solución para salir del atolladero, o mejor dicho: surge por sí sola. Así que ya ves, como en la vida misma, buscando la solución a los problemas...
EliminarYa. Con los sueños que voy comentando, cuando quiera empezar a leer el libro, ya conoceré unos cuantos (aún no he empezado); no creas que lo he dejado apartado; no!!.
EliminarEstoy muy atareada con Víctor, más por pensar que por escribir. Tú ya sabes que cuando empiece, la que explicaré seré yo.
Besos, Ester
No te creas que conoces tantos del libro. Serán como unos 15 los que como mucho habrás leído en el blog. ¡¡Y son 153!! Los que sí que te estás empapando son los que entrarían en el segundo tomo. Yo creo, que de momento, esos te los has leído casi todos! Pero por lo menos falta un año hasta publicar ese segundo tomo.
EliminarGenial, el atareamiento de Víctor. Los libros que escribimos son como los hijos: requieren atención, mimos, tiempo, alimentos, incluso alguna regañina...
Besos!
Si pero mientras los estamos gestando tiene tiempo de caducidad para salir; no como mi hija, que tenía que nacer un 19 de marzo y la tuvieron que sacar el 4 de abril.!todavía estaría dentro! Si le tengo que hacer una cesárea a Víctor, se la haré. Si se queda dentro se pudrirá.
EliminarEster
Jeje. Sí, además el "parto" con un libro quizá no termine nunca... Lo damos por acabado en un momento dado, pero ¿realmente está acabado?
Eliminar¡Vaya ánimos!
EliminarUy, hay escritores que tienen un gran problema con esto, con lo de dar un libro por terminado. Paul Valéry, según creo, llegaba a tener hasta 15 reediciones distintas del mismo libro. Sus lectores se volvían locos!
EliminarLo cierto es que como no tengas un sano equilibrio entre la autocomplacencia y la autocrítica vas vendido...