Sueño (196) perteneciente a la saga Sueños (Tomo II) de José Martín Molina
(196) El equipo de fútbol de los chupasangres
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(196) El equipo de fútbol de los chupasangres
El entrenador de un equipo de fútbol me visita para hacerme la siguiente proposición: que sea el portero titular de su alineación, con la idea de que me incorpore cuanto antes, puesto que la temporada está ya bien avanzada. Me halaga mucho esta oferta, pero veo ciertas dificultades. La primera de ellas es que tendría que viajar mucho, casi semanalmente, a los distintos campos de fútbol donde tengan lugar los encuentros ligueros. Y claro, tengo dificultades a la hora de viajar en avión, aunque según colijo la mayoría de desplazamientos se realizarían en el autobús oficial del equipo. Y es posible que, si lo pienso, podría incluso desplazarme vía aérea, pues los trayectos serían relativamente cortos.
El segundo meollo sería el de separarme de mi familia, Eva y mi hijo Amador, ya que mi futuro equipo tiene su sede en Galicia (en el sueño se identificará esta localización, de a ratos, con la isla de Inglaterra, si bien siempre nos encontraremos en territorio nacional). Lógicamente, debido a los entrenamientos, tendría que cambiar mi alojamiento y distanciarme de los míos, al menos tres o cuatro días a la semana. Esta situación no me hace gracia. Sin embargo encuentro una increíble solución: el desdoblamiento. Me dividiría en dos partes iguales, una de ellas se iría fuera a jugar partidos y la otra, la oficial, permanecería en Madrid, junto a los suyos. Me satisface enormemente este recurso, porque así resolveríamos los disgustos y descalabros que nos produce el tema económico, al tener la garantía de un cuantioso sueldo fijo como guardameta futbolístico.
Una vez hechas estas elucubraciones y en conclusión, tomada la decisión de adentrarme en la aventura deportiva, en un abrir y cerrar de ojos, tras un rápido viaje, llegamos al emplazamiento del equipo en una localidad gallega. El entrenador me lleva a los sótanos de un gimnasio, arrebatado de adolescentes, tanto chicos como chicas. Varias de las jóvenes me mirarán con ojos golosos, soñando sonrosados amoríos con mi persona. Varios de los muchachos masculinos me contemplarán con cierta hostilidad rival. Después el míster me mostrará, en un somero recorrido, otras galerías y dependencias del edificio. Poco a poco las personas con las que nos vamos cruzando van sufriendo una espantosa metamorfosis. Sus rostros se vuelven muy pálidos y se pronuncian sus pómulos exageradamente, dando un aspecto lívido, sospechosamente demacrado. No tardo mucho en darme cuenta de que se trata de vampiros. Y para ellos, que me acechan cada vez más lujuriosos, yo soy un delicioso y nutritivo alimento, especialmente mi sangre, claro.
Aún me quedan algunas dudas por esclarecer, por ejemplo cuál será mi sueldo. Me entero, a través de mi interlocutor, de que el equipo del que formaré parte no juega en primera división, tal y como supuse desde el principio, sino que batalla en la segunda regional B. Vaya chasco. De seguro que esto reducirá bastante mi salario. Procuro enterarme en concreto sobre este punto.
Los chupasangres ya abundan y despacito vienen siguiéndome en masa, así que, paulatinamente, cautelarmente, instintivamente, voy alejándome de la edificación, adentrándome en los adyacentes campos. No echo a correr para no provocar una estampida general en pos de mis huesos. Ante todo que no parezca que estoy huyendo. Mientras reculo sigo conversando con el entrenador, como si nada anormal aconteciese, entre que los sedientos vampiros nos siguen a pocos pasos. Con respecto a cuales serán mis honorarios sólo recibo respuestas ambiguas, tácitas evasivas.
También el míster sufrirá la transmutación en un blanquecino vampiro algo redondito y cincuentón. Y me hará una gran revelación: que él es mi padre. Y el vampiro medio tullido y paliducho que le secunda es mi hermano. En la lógica del sueño estos parentescos bien podrían ser ciertos. Pero esta inquietante compañía no me resulta nada grata ni tranquilizadora, por mucho que sean mi padre y mi hermano, y sigo retirándome con disimulo campo a través, entre riscos, peñas, matojos, eriales. Ellos, siguiendo mis pasos a poca distancia, casi me están implorando para que no me vaya y les abandone. No me fío de sus aparentemente sinceros lamentos, pueden ser encubiertas estratagemas para hincarme el diente y succionar mi sangre.
El segundo meollo sería el de separarme de mi familia, Eva y mi hijo Amador, ya que mi futuro equipo tiene su sede en Galicia (en el sueño se identificará esta localización, de a ratos, con la isla de Inglaterra, si bien siempre nos encontraremos en territorio nacional). Lógicamente, debido a los entrenamientos, tendría que cambiar mi alojamiento y distanciarme de los míos, al menos tres o cuatro días a la semana. Esta situación no me hace gracia. Sin embargo encuentro una increíble solución: el desdoblamiento. Me dividiría en dos partes iguales, una de ellas se iría fuera a jugar partidos y la otra, la oficial, permanecería en Madrid, junto a los suyos. Me satisface enormemente este recurso, porque así resolveríamos los disgustos y descalabros que nos produce el tema económico, al tener la garantía de un cuantioso sueldo fijo como guardameta futbolístico.
Una vez hechas estas elucubraciones y en conclusión, tomada la decisión de adentrarme en la aventura deportiva, en un abrir y cerrar de ojos, tras un rápido viaje, llegamos al emplazamiento del equipo en una localidad gallega. El entrenador me lleva a los sótanos de un gimnasio, arrebatado de adolescentes, tanto chicos como chicas. Varias de las jóvenes me mirarán con ojos golosos, soñando sonrosados amoríos con mi persona. Varios de los muchachos masculinos me contemplarán con cierta hostilidad rival. Después el míster me mostrará, en un somero recorrido, otras galerías y dependencias del edificio. Poco a poco las personas con las que nos vamos cruzando van sufriendo una espantosa metamorfosis. Sus rostros se vuelven muy pálidos y se pronuncian sus pómulos exageradamente, dando un aspecto lívido, sospechosamente demacrado. No tardo mucho en darme cuenta de que se trata de vampiros. Y para ellos, que me acechan cada vez más lujuriosos, yo soy un delicioso y nutritivo alimento, especialmente mi sangre, claro.
Aún me quedan algunas dudas por esclarecer, por ejemplo cuál será mi sueldo. Me entero, a través de mi interlocutor, de que el equipo del que formaré parte no juega en primera división, tal y como supuse desde el principio, sino que batalla en la segunda regional B. Vaya chasco. De seguro que esto reducirá bastante mi salario. Procuro enterarme en concreto sobre este punto.
Los chupasangres ya abundan y despacito vienen siguiéndome en masa, así que, paulatinamente, cautelarmente, instintivamente, voy alejándome de la edificación, adentrándome en los adyacentes campos. No echo a correr para no provocar una estampida general en pos de mis huesos. Ante todo que no parezca que estoy huyendo. Mientras reculo sigo conversando con el entrenador, como si nada anormal aconteciese, entre que los sedientos vampiros nos siguen a pocos pasos. Con respecto a cuales serán mis honorarios sólo recibo respuestas ambiguas, tácitas evasivas.
También el míster sufrirá la transmutación en un blanquecino vampiro algo redondito y cincuentón. Y me hará una gran revelación: que él es mi padre. Y el vampiro medio tullido y paliducho que le secunda es mi hermano. En la lógica del sueño estos parentescos bien podrían ser ciertos. Pero esta inquietante compañía no me resulta nada grata ni tranquilizadora, por mucho que sean mi padre y mi hermano, y sigo retirándome con disimulo campo a través, entre riscos, peñas, matojos, eriales. Ellos, siguiendo mis pasos a poca distancia, casi me están implorando para que no me vaya y les abandone. No me fío de sus aparentemente sinceros lamentos, pueden ser encubiertas estratagemas para hincarme el diente y succionar mi sangre.
Narración perteneciente a la saga de relatos "Sueños" (Tomo II) del escritor José Martín Molina. Ahora disponible el primer tomo, tanto en formato libro como en formato eBook.
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